Todo pueblo es fruto tanto de su dinámica interna cuanto de los condicionamientos externos de todo tipo. Del forcejeo de ambas fuerzas surge una manera de ser, de ver y de entender las cosas, así como una forma peculiar de manifestarlas. Tales manifestaciones son multiformes y, en conjunto, constituyen el alma colectiva; surge una cultura, que muchas veces choca con las modas e imperativos generalizadores, dando lugar a la originalidad.”

Agustín Ubieto Arteta. Zaragoza, 2007.

Cada arruga y cicatriz de nuestro cuerpo delatan los años vividos y señalan el camino que hemos tomado en nuestra vida; lo mismo sucede con las obras de arte. Su propia concepción junto con las alteraciones originadas de una manera natural o provocadas por causas externas las hacen únicas e irremplazables; es por ello, por lo que debemos mantener su integridad en el tiempo y asegurarnos que las futuras generaciones disfruten y aprendan de ellas del mismo modo que nosotros lo hacemos.

Al igual que un cirujano enmienda los males generados en nuestro cuerpo y nos devuelve la estabilidad, el restaurador de obras de arte coarta las degradaciones y conserva la pieza evitando que se altere el mensaje para la cual fue creada.